Llama la atención cómo una persona logra llegar al estatus de ‘mejor’ en una actividad que, por lo general, se evalúa de manera cualitativa. En el fútbol se suele llevar estadística de todo. Mucho más en la era de auge de las apuestas deportivas, pues actualmente usted puede apostar por casi cualquier evento que pueda ocurrir en un partido.
Pero, en cuanto a la labor de los árbitros, no se suelen establecer parámetros para calificar sus actuaciones. Los análisis casi siempre se hacen basados en sus determinaciones con respecto a jugadas de alto impacto en el resultado y desarrollo del juego. Como, por ejemplo, tarjetas rojas, sanción de penaltis o anulación de goles por diversos factores.
Sin embargo, un árbitro puede haber acertado en este tipo de retos durante un cotejo, pero de igual forma pudo haber tenido una aparatosa actuación con el resto de sus decisiones a lo largo de los 90 minutos.
Entonces, si los colegiados no se califican cuantitativamente, ¿cómo es posible que podemos decir que uno es mejor que otro?
¿Será porque uno es más agraciado que los demás? ¿Porque es más autoritario? ¿Porque es más alto? ¿O quizá porque tiene mejor un peinado?
La ausencia de parámetros hacen que todos estos interrogantes sean válidos a la hora de determinar cuál de los jueces merece ser posicionado en la cúspide de la labor. Pero, tratando de ser más sensatos, lo que realmente permite que un réferi llegue a ese estatus es una campaña orquestada desde distintos sectores, incluyendo a los medios de comunicación.
El señor Wílmar Roldán ha figurado en los reflectores internacionales como el mejor árbitro de Colombia, probablemente el mejor del continente y uno de los mejores a nivel mundial. Algo en lo que hay mucho mérito, pues a ese lugar no se llega por casualidad, ya que se deben tener condiciones destacadas para lograrlo.
A pesar de ello, parece que cada vez sobra más el adjetivo de “mejor”, cuando la realidad es que el resto de la competencia es muy mala. ¿A quién le vamos a decir que es el “mejor” si todos están siendo malos? Pues fácil: al menos peor.
Ya era común ver ciertos errores de Roldán arbitrando en el fútbol colombiano. Un territorio donde se siente un dios. Intocable, incuestionable y hasta parece que ‘inllamable’, porque da la impresión que los asistentes del VAR pueden llegar a ser reprendidos si se atreven a invitarlo a reconsiderar una decisión que él ya tomó en cancha.
Pero, fue desconcertante ver que su ligereza en su trabajo ha trascendido fronteras y en el plano internacional también se ha tropezado. Un pisotón criminal de un jugador de Cerro Porteño a uno de Colo Colo fue el que dejó mal parado al juez antioqueño.
En esta acción no hay excusa para defender a Roldán, pues mejor ubicado no podía estar para ver la desmedida agresión. Sin embargo, su falta de criterio lo llevó a simplemente sancionar con una tarjeta amarilla. Al final terminaría expulsando al jugador, pues los asistentes del VAR se llenaron de valentía y lo llamaron para que reconsiderara lo que había decretado.
Afortunadamente, para la justicia en el fútbol, esta vez la razón pudo más que su ego y cambió de parecer. Aunque la verdad no era necesario que hubiese tenido que trotar hacia el monitor en esta ocasión.
Roldán es un buen árbitro. Es un profesional. Muy respetado por los jugadores y técnicos. Pero, parece que el orgullo le juega una mala pasada muchas veces. Algo que no tiene sentido, ya que no se puede ostentar tanta soberbia cuando se es el menos peor y no el mejor.