El Manual de Urbanidad y Buenas Maneras, escrito por Manuel Carreño y publicado en 1853, es una obra dedicada a dar pautas sobre cómo deben comportarse las personas, en lugares públicos y privados, en relación con los demás. Familia, amigos, compañeros de trabajo, etc.
La educación, también conocida como buenos modales, son adecuaciones del comportamiento propio que buscan hacer encajar al individuo en las normas de cortesía admitidas en cada grupo social. Es decir, ‘comportarse bien’ es una iniciativa propia de cada persona, en algunos casos influenciada por terceros; pero el fin de todo esto es agradar a los demás con nuestra forma de actuar.
Sí, habrá alguien que diga que lo hace para sentirse bien consigo mismo. Pero, a menos que esa persona se guarde sus buenos modales únicamente para la
intimidad de su alcoba, inevitablemente terminará agradando a alguien más con su buen comportamiento.
En su manual, el escritor fue muy minucioso al tratar de ubicar la mayor cantidad de escenarios posibles en los que debemos tener cierto tipo de conducta.
Entre esos, dedicó un segmento en el cual se refirió a los modales que se debe tener en presencia de alguien que esté enfermo. Allí, dio unas pautas que principalmente están enfocadas en el tema de la higiene y la prudencia.
Sin embargo, no fue más allá. No vio que con nuestro actuar podemos no solamente evitar aumentar el padecimiento de alguien que sufre una enfermedad, sino que también podemos realmente hacerle pasar un rato agradable. Sin necesidad de pronunciar promesas llenas de incertidumbre, diciendo que todo saldrá bien. No, lo que verdaderamente necesitan es una desconexión de la rutina de la enfermedad.
Un gran dolor
José, quien aparece es la foto de portada de este escrito, fue un joven que tuve la gran suerte de conocer. Daba la impresión de ser tímido como un ratón, pero había escenarios en los que se le notaba con mucha confianza para hablar y se desenvolvía con libertad. Uno de esos era cuando hablábamos de deportes, ya que compartíamos gustos en este tema.
Ambos totalmente junioristas, simpatizábamos por River Plate de Argentina y también éramos fanáticos de Novak Djockovic. Así que compartíamos
buenos ratos charlando sobre eso que nos gustaba.
José era el novio de mi prima, quien es seguramente la persona más dulce y tierna que conoceré en mi vida. Cuando tuve el placer de conocerlo por primera
vez, ya él se encontraba en la desventajosa lucha contra un maligno cáncer. Uno extraño y muy complicado.
Hace unos años, él perdió la lucha y nos dejó un gran dolor a todos los que pudimos conocerle. Nosotros hablábamos ocasionalmente, cuando nos
encontrábamos sin planearlo. Yo no estuve al pie de su proceso, no me tocó vivir la angustia que padeció. Cosa que sí vivieron sus allegados más cercanos, como sus familiares, amigos y, por su puesto, mi prima; quien junto a él crearon una historia que se convirtió para todos en un ejemplo de amor, hasta el punto que me he llegado a cuestionar si alguna vez he amado o llegaré a amar de verdad.
Yo desconecté a José
Pero, recuerdo muy bien un día en el que me encontraba hablando con él, de los temas ya mencionados, e inoportunamente llega una conocida de mi familia a donde estábamos sentados. Luego de saludarnos, descargó sobre José un arsenal de preguntas inoportunas: ¿Cómo van las quimioterapias?¿Eso duele? ¿Cómo te sientes después de eso?¿Extrañas tener cabello?¿Vomitas mucho?…
Él respondía a sus preguntas. Cada vez con más desánimo. Mientras yo solo deseaba tirarle en la cara un balón que teníamos ahí, para que ella se callara de una vez.
Por supuesto, esta señora es un caso excepcional que supera todos los límites de imprudencia. Pero, en ese momento caí en cuenta de algo. Es muy común que, cuando nos encontramos con una persona que está enferma, nos dediquemos inicialmente a preguntarle cómo va su proceso con la enfermedad, sin saber lo cargado que viene ese individuo con el tema y que tal vez lo único que desee es desconectarse un poco de eso que viene sufriendo.
Inconscientemente yo estaba haciendo algo bien por José, jamás le pregunté nada sobre su enfermedad. Nada en lo absoluto. Para informarme de cómo iba su proceso, me valí de personas que podían decirme lo que necesitaba saber.
Tampoco recurrí a mi prima, quien igualmente debía estar demasiado cargada del tema. Por mi parte, aproveché cada instante que compartí con él para sacarlo de su rutina. Entre charlas, opiniones y risas, hice que él se desconectara por un rato. Y Estoy convencido de que esa es la forma correcta para aprovechar el tiempo con alguien que esté padeciendo.
Desearía que no me hubieses dado un tema para escribir esta columna.